Hace dos meses que leí Sopa de miso y desde entonces no puedo parar de pensar en él. A veces se me olvida con tanto gusto por la pompa y el barroquismo y los rollos larguísimos que pocas cosas hay mejores que un tipo muy inspirado al que se le ocurre la idea más loca de la historia. Pero lo cierto es que Sopa de miso (o, como le decimos en mi casa, En la sopa de miso) es una novela espectacular que elude completamente todas las cosas estilísticas que normalmente me apasionan. Es tan sencilla a nivel formal que casi parece a veces una redacción de un chaval, y tiene sentido porque es (diegéticamente) la redacción o la declaración de un chaval. Que cuenta las cosas cuando y como se le van ocurriendo, con las reflexiones que considera acertadas en cada momento y con la desconfianza, la lucidez y el escepticismo que se podría esperar en cada momento de la historia. Así, no hay estruendos formales, no hay ripio alguno, no hay fraseos rimbombantes..., no hay nada más que literatura pura. La sencillez bien hecha, ¿eh? Menuda cosa. Con la que hay que reconciliarse (hablo por mí).
Bueno. De qué va esto. Pues como dice la sinopsis de la contra que me parece divertidísima por lo SORPRENDENTE: un muchacho japonés se dedica a guiar a turistas por Kabukichō, el barrio rojo de Tokio, y durante la novela le toca guiar a un estadounidense raro, muy raro, llamado Frank. ¡Además! ¡Hay un asesino en serie en las calles de la ciudad! ¡CHAN CHAN CHAN!
A ver, la trama es un alucine porque esto está escrito de una manera muy particular en la que Kenji, el muchacho japonés en cuestión, combina en su narración la paranoia y la desconfianza desde el primer momento en el que ve a Frank con reflexiones constantes, a veces evidentes, a veces desoladoras, sobre la sociedad japonesa, cómo ha chocado con Occidente, cómo Occidente ha entrado en ella, etc. Estas reflexiones son muy curiosas por la manera en la que las introduce, para nada sutil, pero lo que más me gustó fue ese retrato de la angustia que supone la relación con Frank. Es un tío muy raro que hace cosas raras y cada vez que Kenji le pilla en una es tan vívido el retrato que es imposible no sentir una incomodidad y una angustia increíbles. Luego llega el Momento, claro. El Momento es una cosa que pasa en este libro en la que de pronto pasa algo, que se describe con todo lujo de detalles, algo grotesco, algo tremendo, y de pronto tú ya no puedes parar de leer en lo que queda de libro. No es uno de esos infames plot twist que tanto le gustan a la gente. No es que no se vea venir. Es simplemente alucinante. Y de ahí al final, la novela cambia el tono. Más seria, más terrorífica y con un final increíble.
Realmente lo que yoir. quería decir más allá de todo esto es que Sopa de miso es, en mi opinión, una revisión del Fausto. No entro en detalles pero evidentemente el demonio ahora quiere conocer Tokio, la nueva Roma, y allá va. Puede que sea por haber leído el mismo Fausto y El maestro y Margarita en estos últimos meses, que sí, vale, ahora veo a Fausto por todas partes, pero es un mix muy interesante de los dos textos. Kenji es la criatura a corromper, Frank es nuestro Mefistófeles y el barrio rojo de Tokio, con todas sus luces y sombras, un Moscú contemporáneo: definitivamente ateo, definitivamente perdido y un lugar perfecto para esconder el mal.
Ah, y, por supuesto: para mí, conexión más que evidente con el cine de Kiyoshi Kurosawa. Esto en casa me han dicho ¡PERO QUÉ DICES!, pero lo veo clarísimo, con esos estallidos repentinos de violencia, ese sentir que se acaba todo, esa representación del Mal.
¡Ay, hicimos famoso al Murakami equivocado!