Aquí tenemos dos personajes principales. Henry vuelve tras años de los Estados Unidos porque su hermano, a quien odiaba, ha muerto, dejándole su inmensa fortuna. Cato, sacerdote y por su ello renegado de su padre, está teniendo una crisis de fe a raíz de haberse enamorado de un muchacho del barrio de mala muerte en el que trabaja ("en el que hace sus cosas de sacerdote", iba a decir). Cuando la novela comienza hace mucho que no se ven y sin embargo sus caminos, a raíz de la vuelta de Henry, se verá entrelazados de una u otra manera. El elenco, por supuesto, no termina aquí (poco Murdoch sería con solo dos personajes), y tenemos padres, hermanas, amigos y amantes para hacerles compañía.
Siempre me gusta describir las tramas de las novelas de Murdoch porque más allá del breve "persona inglesa de clase media se enfrenta a un episodio que cambiará su vida para siempre", que podría describir a todas, hay una serie de aspectos comunes que además, contados por encima, suenan absolutamente delirantes. Henry y Cato no se queda atrás. Aquí están esos personajes patéticos y exaltados marca de la casa, uno siempre pensando en escribir un libro que acabe con todos los libros; las relaciones que se mueven entre la amistad, el amor y el sexo de manera ambigua; la fe y el socialismo (y cómo estos afectan a las personas) como temas principales; una serie enrevesada de eventos que se vuelven cada vez más rocambolescos y, en este caso, cada vez más sórdidos. Efectivamente, estamos hablando de un Certified Murdoch. Y por ende, al menos en este blog, estamos hablando de un libro formidable.
Sorprende de este libro lo sórdido que se torna en su segunda parte (para que os hagáis una idea, Joyce Carol "Sórdida" Oates lo considera el mejor libro de la autora), de una manera poco habitual en los Murdoch que he leído. En estas novelas, los personajes siempre se encuentran en un punto en el que su vida parece haber terminado, o estar en un punto en el que no hay avance posible, y se han de enfrentar a lo que siempre se denomina una ordalía: básicamente, un evento trascendental, que cambiará todo para siempre, y que rompe la estructura social, personal, familiar o lo que sea tal y como se conoce. Así, en este caso tenemos el enamoramiento de Cato (y la crisis de fe que con él viene) y el deseo de Henry por romper con todas sus propiedades como respectivas ordalías de cada personaje. De una manera muy clásica, los personajes pasan por un proceso de reconocimiento, por una suerte de peripecias trágicas (ya os digo que se nota especialmente en este) para llegar a la catarsis, compartida por personajes y lector.
Ahora solo queda el pecado y la pena, y ningún salvador. Jesús no era Hijo de Dios, sino una simple víctima. Solo un buen hombre ingenioso con una ilusión, y así mi vida ha llegado a ser diminuta y mezquina e incompleta y he de empezarla de nuevo sin placer y sin magia. Este es el final de mi historia, y lo que venga a continuación se mostrará ante mí apagado y apacible. Y soy afortunado de que así sea y de no estar destrozado y de que ni siquiera vaya a ser nunca un miserable.
(Vaya drama, ¿eh?) Que Murdoch enfrente a sus personajes a semejantes ordalías, que los rompa y desgarre a su gusto, con esa perfidia y esa maldad que le caracterizan, le sirve aquí para trazar un estudio muy interesante del carácter humano. Por supuesto, su estilo está marcado por una focalización absoluta de los personajes, que reflexionan de manera constante, no dejando casi lugar al lector para que este haga reflexiones propias: casi que te bebes los pensamientos de cada personaje y los haces tuyos, por mucho que alguno de ellos sea un poco repugnante y sus acciones absolutamente estúpidas. Me ha parecido especialmente interesante la historia de Cato, este sacerdote que encontró a Dios hace poco pero ahora se ve en la tesitura de rezar al vacío. Sus pasajes resultan muy emotivos y sobrecogedores, sobre todo en contraposición al frenesí de Henry, cuya ordalía es mucho más carnal, es más la rebelión de un desclasado que encarna el conflicto de Inglaterra y Estados Unidos.
Todo esto viene regado por la magnífica manera en que la autora escribe siempre sus libros. La primera vez resulta desconcertante y, sin embargo, pronto te das cuenta de que posee un estilo hipnótico del que es difícil escapar. No catalogaría jamás un libro de Murdoch de ligero pero tienen esa cierta cualidad bestseller en la que no puedes apartar los ojos de las páginas. La prosa es clara en todo momento, la descripción es tan meticulosa como en la novela del XIX, cada diálogo sirve para que se filosofe y reflexione durante páginas y cada escena, si ella lo considera así necesario, durará hasta la muerte. Murdoch llena todo tu cerebro y reclama toda tu atención para contarte una historia llena de enredos, traiciones, malas interpretaciones, debates y sorpresas. Y en esta historia alucinada y alucinante, que siempre tiene ecos de otras y sin embargo nunca se repite (¡la de cosas que le pueden pasar a un londinense, tú!), siempre hay un espacio para el humor más divertido que se pueda imaginar. Hay conversaciones en las novelas de Murdoch para enmarcar, de verdad, y en esta la historia va por unos cauces especialmente irreverentes.
En fin, una grande, qué puedo decir. A esta señora tan formidable (cuyas dos mejores novelas, en mi opinión y la de muchos, son El mar, el mar y El libro y la hermandad) la tenéis en ediciones bonitas en Impedimenta y en ediciones horrorosas en Lumen (por favor, qué son esas cabezas, están tontos los editores o qué). Por cierto, la traducción de este es de 1981 y no suena en absoluto vieja, así que felicitaciones a quien corresponda (aunque viene cargadito de erratas, no se puede tener todo, supongo). Yo os recomiendo que vayáis a la librería más cercana a pedir un Murdoch porque es la escritora más inteligente, graciosa y malvada que podéis leer.
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