Se cuenta la historia del Sueco Levov, atleta del instituto, en todos los deportes, casado con una reina de la belleza, cabeza de la familia perfecta, de cómo de pronto ese sueño americano se trunca y de lo que queda después y de cómo pudo llegar a ocurrir. Toda esta historia se enmarca en realidad dentro de algo escrito por Zuckermann, un escritor entrado en años y excompañero de clase del hermano menor del Sueco, quien queda un día con él para (piensa el autor) pedirle que escriba sus memorias.
La ficción es la ficción y es, por tanto, ficción. Y sin embargo, al leer una novela, solemos entrar dentro de un pacto en el que aquello que nos cuentan es verdadero. Hay maneras de sugerir al lector que no debe de fiarse, dentro del pacto, de lo que está leyendo, como el clásico que nunca pasa de moda narrador no fiable, o el narrador testigo que solo tiene acceso a una parte de los hechos; pero me interesa especialmente de esta novela este marco que se crea, a modo de manuscrito encontrado, en el que es Zuckermann quien nos cuenta una historia que realmente no conoce y que, por tanto, ha de estar ficcionando. Pastoral americana es básicamente el auge y caída del sueño americano, sin ir más lejos, y como tal puede resultar interesante o no, pero lo cierto es que este marco a mí me cautivó, sobre todo porque estamos hablando de ciento cincuenta páginas de reflexión sobre el pasado, sobre los ídolos de la infancia, sobre el recuerdo y la nostalgia, que sirven de base para que Zuckermann inicie su conjetura. Así, el Sueco se configura como esa figura heroica de la infancia de la que de pronto te enteras súbitamente que ha fallecido o que le ha pasado tal o cual cosa y a la que él, con su ficción, reviste de una nueva dignidad, la dignidad del mito, del héroe literario. Reviste de personalidad.
O tal vez era, sencillamente, un hombre feliz. También hay personas felices. ¿Por qué no habrían de existir?
Tras esas ciento cincuenta páginas iniciales (que ya os digo, para muchos sobrarán, a mi gusto le da un interés profundísimo) Zuckermann desaparece completamente de escena y arranca la historia del Sueco, focalizada dentro del personaje de este. In medias res, tras el acontecimiento brutal que trastoca su vida, pero sin inconveniente alguno en mecerse atrás y delante en la línea temporal, para volver a la infancia de la hija, el lugar feliz, una y otra vez, tratando de encontrar aquel momento al que se puede achacar todo lo que vino después. Es, sin quererlo, una historia de detectives, en la que la persona más buena del universo conocido intenta buscar un culpable (en él, en sus actos, en otros) para aquello que le ha sucedido. A nivel temático, es toda esta reflexión sobre el pasado, su forma de afectar al presente, la noción de castigo y recompensa, la que más me ha interesado a mí. Pero también la insistencia (habitual en Roth) sobre la cuestión del emigrante de segunda o tercera generación, afectado siempre sobre la cuestión judía, y las ideas de quiénes somos, dónde pertenecemos, cuando nuestra historia ha sido borrada porque ya no pertenecemos, como nuestros antepasados, a ese viejo mundo. Lo cierto es que a nivel temático el libro me parece formidable.
En ese sentido, entiendo el Pulitzer, entiendo las clamores de Gran Novela Americana (¡aunque yo creo que si la GNA no es Moby Dick, entonces es La hoguera pública!). Todo el arco de la familia del Sueco es tan "de lo que han estado hablando los estadounidenses listos todo el siglo XX" que resulta inevitable verlo como una ambiciosa compilación de todos los miedos y preocupaciones de un país. Compilación que funciona, vaya que sí. Y sin embargo. Siendo Roth como es un gran narrador (que no un estilista, aunque hay pasajes de gran belleza), es un goce leerle, especialmente cuando salta de escena a escena y se sigue tan bien, fluye como agua. Pero a veces se siente un poco el abuelo cebolleta. Ya que he mencionado Moby Dick, se podría comparar. Yo sé que hay muchas personas humanas ahí fuera que consideran que Moby Dick es un tostón por los interminables tratados cetológicos (estas personas están equivocadas y me encargaré personalmente de acabar con ellas cuando lleguen las guerras del agua). ¡Amigos, pues si leéis Pastoral americana, podréis hacer un examen sobre el arte de la curtiduría y la... ehh... guantería! Estamos hablando de páginas y páginas y páginas sobre hacer guantes de cuero para señora, que se dice pronto, pero hay que estar CURTIDO (¿lo pilláis?). A mí me parece bien. Si Roth aprendió todo lo que había que saber sobre guantes, entiendo que quiera compartir esos saberes, aunque no sean (o por no serlo) especialmente interesantes. Hay que valorar un poco más que te aburran. Hay que valorar un poco más a tu colega el que te lleva hablando de Dragones y mazmorras tres horas con los ojos brillantes. Aunque sea un turras.
Ojalá, en vez de vivir caóticamente en el mundo donde ella no estaba y en el mundo donde podría estar ahora, fuese capaz de odiarla lo suficiente como para que el mundo de la muchacha no le importara lo más mínimo, ni entonces ni ahora. Ojalá pudiera volver a pensar como los demás, ser de nuevo el hombre totalmente natural en vez de un charlatán escindido en su sinceridad, un Sueco exterior natural y sencillo y un Sueco interior atormentado, un Sueco estable visible y un Sueco acosado y oculto, un falso Sueco despreocupado y sonriente amortajando al Sueco enterrado en vida.
Dicho esto, es decir, que yo apruebo y siempre aprobaré a los turras, sí entiendo que a veces, la insistencia hace caer en la redundancia. Por eso a veces, especialmente hacia el final, sí sentimos algunas de las miles de reflexiones a las que Roth nos somete como ya vistas, o como ya sentidas. Y en ese sentido, para mí ese final, que quiere ser una suerte de escena de teatro de opereta en el que todo llegue al clímax, no funciona. En mi lectura es lo peor de la novela, se me cae, parece la escena final de una serie en la que sabes que, como todos los personajes están juntos, va a ocurrir algo grandioso o, simplemente, se va a cerrar todo. Curioso cómo el resto de escenas sí encajan a la perfección, se van sucediendo entrelazadas, incluso las más rocambolescas (los encuentros con Rita, especialmente el del hotel, o incluso toda la parte de la jainita), y el lector las devora sin titubear, lo CREE, y de pronto ese final... Una lástima, pero resulta tan de mentirijilla.
En fin. Gran estudio este sobre la imposibilidad de vivir en el sueño americano, que crece por tratarse de una ficción construida por el personaje de las primeras páginas. Todo esto podría haber pasado, o no. Quién sabe (¡formidable esto!). Tal vez demasiado larga para algunos, en ese caso recomiendo al Roth de las dosis pequeñas, mi favorito es Némesis, su última novela, un gran libro sobre la culpa que lleva en mi cerebro como doce años. Pero para mí, su densidad se justifica en tanto que tiene ese gusto de los clásicos en los que hay una gran pasión por lo contado y una excelente narración. Adelante os digo, no defrauda.
PD: Decía Harold Bloom (RIP) en 2003 que Philip Roth (RIP), junto a Thomas Pynchon, Don DeLillo y Cormac McCarthy (RIP), eran "los cuatro escritores norteamericanos vivos más importantes que todavía producían". ¡Que se nos mueren todos sin Nobel!
No hay comentarios:
Publicar un comentario