jueves, 26 de junio de 2025

Canción del ocaso - Lewis Grassic Gibbon

Tengo en casa varios libros de la editorial Trotalibros, todos ellos sin leer, todos ellos con una pinta muy apetecible (entre ellos el codiciado y agotado/descatalogado La guardia, de Nikos Kavadias). Y sin embargo, me estreno con la editorial con el que menos me llamaba la atención y que salió en uno de mis "le pido al azar que elija mi próxima lectura de entre los (demasiados) libros que tengo pendientes". 

Así que pereza inicial que pronto se transformó en un interés creciente y, a medida que avanzaba en la lectura, en un gran respeto y una curita de humildad para esta vuestra lectora que a veces cree que está de vuelta de todo y resulta que todavía un señor escocés azaroso desconocido en este país puede ponerle un puntito en la boca. ¡Qué gusto! Canción del ocaso es la historia de un pueblo (qué digo pueblo, aldea como mucho) escocés, dedicado a la agricultura, desde los ojos de una joven, Chris Guthrie, que va haciéndose adulta en los inicios del siglo XX, evidentemente un momento de profundos cambios, grandes acontecimientos e implacables emociones, sobre todo para una muchacha en plena educación sentimental.

Y tú me dirás ¿me interesa a mí la historia de un pueblo escocés, dedicado... etcétera? Pues sí porque realmente esto es la historia de Escocia, que el autor quería reflejar de verdad, apartándose de las maneras míticas con que se ha literaturizado el país, pero también de tópicos arcádicos y bucólico-pastoriles o de dicotomías de granjeros burdos contra ingleses refinados. Lo que aquí se refleja con minucioso detalle es un lugar inexistente, que recuerda a un Innisfree o un Brigadoon, que es todos los lugares; unos personajes que son todas las personas. Y a quién no le va a gustar un relato universal, oye, para eso estamos aquí. Ya se nota desde esa introducción en la que una voz dijéramos en off describe la historia de Kinraddie desde su fundación y las familias que actualmente ocupan sus hogares.

Chris pensó en lo extraña que era la tristeza de las canciones escocesas, hechas para la tristeza de la tierra y el cielo en las oscuras tardes de otoño, para el llanto de los hombres y las mujeres de la tierra que habían visto cómo sus vidas y amores iban desapareciendo con el paso de los años, para todo lo llorado al lado de los mataderos y recordado de noche y en el ocaso. La alegría y la bondad pasaban, se vivían y olvidaban, y era la Escocia de la niebla, la lluvia y el mar lloroso la que hacía las canciones...

Conecta esto con la voz narrativa de la obra, muy particular y desde luego parte crucial de lo estimulante que resulta. Grassic Gibbon presenta una escritura lírica, algo engolada en muchas ocasiones, rimbombante y, por qué no decirlo, ciertamente cursi. Dedica especial atención al paisaje, al sonido de los pájaros, a la lluvia, al olor de la madreselva. Hay pasajes bellísimos constantemente, es un goce leerlo. Lo cursi no le quita en absoluto lo valioso, casa muy bien con ese mundo al borde de terminar al que nos asomamos en sus páginas. Y sin embargo, esa voz narrativa que nos desvela la historia es también muy divertida, desenfadada; aquí y allá arroja frases hechas, comentarios criticones sobre algún personaje, observaciones que te hacen sospechar que ese narrador omnisciente que tan bien conoce la vida interior de Chris podría ser en realidad un vecino de Kinraddie que se está marcando un gossip girl.

Así pues, quedé muy sorprendida con esa forma de contar las cosas, claramente marcada por el espíritu de la época, sosegado, con tiempo para la descripción, con el toque romántico de vincular el paisaje con las emociones (en los malos tiempos llueve demasiado, o hay sequía), pero también con otras decisiones formales que son muy de mi agrado. Destaco un par, en primer lugar cada capítulo (hay cuatro, muy largos) tiene una estructura circular muy curiosa: arranca con Chris en un lugar de Kinraddie, y que podría decirse que es una especie de isla desierta de la calma para ella en el pueblo, y a partir de aquí se abre toda una narración hacia el pasado, desde el fin del anterior capítulo, y hasta este momento de inicio. La historia adquiere así un tono de recuerdo, nostálgico y teñido de amargura muchas veces, y me parece un marco estupendo para la narración. Por otra parte, los (pocos) diálogos que hay en la obra están integrados dentro de los párrafos del narrador, en cursiva. Como ya sabéis en esta casa somos firmes defensoras de que los diálogos deben ponerse de la manera más integrada y más compleja de entender para el lector despistado posible, así que esto evidentemente causó sensación (si bien me parece que las cursivas podrían sobrar, ¡por ponerme pejiguera!).

Mencionar respecto a la trama que si bien por alguna razón yo me esperaba a un montón de pelirrojos en faldas escocesas bramando y peleando, la historia no puede ser más "entorno rural en declive y las pequeñas vidas que allí se desarrollan". Es, por supuesto y por tanto, una historia triste, nada dramático ni pornografía emocional, por supuesto, sino sencillamente una historia triste contada desde el buen gusto, desde la melancolía más que desde el drama. Para mi gente más cinéfila, hay una película dirigida por el bueno de Terence Davies, del cual yo solo he tenido el gusto de ver la excelente Distant Voices, Still Lives. Esto no tiene por qué ser indicativo de nada pero me encaja porque esa película es absolutamente devastadora y un retrato formidable de una familia de clase obrera en Liverpool también marcado por la nostalgia y el dolor (aprovecho para recomendárosla). Respecto a esta, dura sus buenos 135 minutos, ya veremos.

Y cierro como no podía ser de otra manera encomiando la excelente labor de la editorial Trotalibros porque cuando llegué a casa de mis padres en un evento familiar con Canción del ocaso en la mano, nadie podía parar de hablar de lo bonita y elegante que era la edición. No me gusta especialmente la fuente elegida, cuestión de preferencias, pero el resto me tiene fascinada, hay que ver el buen gusto con que editan. La colección (¡esto es lo importante!) también me parece formidable y tengo muchas ganas de leer los que tengo e ir adquiriendo los demás (pronto me haré con la segunda parte de esta trilogía, Valle de nubes); para mí en cuanto a estilo e interés de la selección, está a la altura de Alba. Honestamente, me parece que cuestan poco para lo que son.

viernes, 30 de mayo de 2025

Sopa de miso - Ryū Murakami

[Ignoremos que han pasado meses desde el último texto. Tuve un pequeño fling con Instagram, pero realmente odio ese lugar, así que vuelvo; pero estoy opositando, así que nunca encuentro el momento para ponerme a redactar algo con media enjundia.]

Hace dos meses que leí Sopa de miso y desde entonces no puedo parar de pensar en él. A veces se me olvida con tanto gusto por la pompa y el barroquismo y los rollos larguísimos que pocas cosas hay mejores que un tipo muy inspirado al que se le ocurre la idea más loca de la historia. Pero lo cierto es que Sopa de miso (o, como le decimos en mi casa, En la sopa de miso) es una novela espectacular que elude completamente todas las cosas estilísticas que normalmente me apasionan. Es tan sencilla a nivel formal que casi parece a veces una redacción de un chaval, y tiene sentido porque es (diegéticamente) la redacción o la declaración de un chaval. Que cuenta las cosas cuando y como se le van ocurriendo, con las reflexiones que considera acertadas en cada momento y con la desconfianza, la lucidez y el escepticismo que se podría esperar en cada momento de la historia. Así, no hay estruendos formales, no hay ripio alguno, no hay fraseos rimbombantes..., no hay nada más que literatura pura. La sencillez bien hecha, ¿eh? Menuda cosa. Con la que hay que reconciliarse (hablo por mí). 

Bueno. De qué va esto. Pues como dice la sinopsis de la contra que me parece divertidísima por lo SORPRENDENTE: un muchacho japonés se dedica a guiar a turistas por Kabukichō, el barrio rojo de Tokio, y durante la novela le toca guiar a un estadounidense raro, muy raro, llamado Frank. ¡Además! ¡Hay un asesino en serie en las calles de la ciudad! ¡CHAN CHAN CHAN!

A ver, la trama es un alucine porque esto está escrito de una manera muy particular en la que Kenji, el muchacho japonés en cuestión, combina en su narración la paranoia y la desconfianza desde el primer momento en el que ve a Frank con reflexiones constantes, a veces evidentes, a veces desoladoras, sobre la sociedad japonesa, cómo ha chocado con Occidente, cómo Occidente ha entrado en ella, etc. Estas reflexiones son muy curiosas por la manera en la que las introduce, para nada sutil, pero lo que más me gustó fue ese retrato de la angustia que supone la relación con Frank. Es un tío muy raro que hace cosas raras y cada vez que Kenji le pilla en una es tan vívido el retrato que es imposible no sentir una incomodidad y una angustia increíbles. Luego llega el Momento, claro. El Momento es una cosa que pasa en este libro en la que de pronto pasa algo, que se describe con todo lujo de detalles, algo grotesco, algo tremendo, y de pronto tú ya no puedes parar de leer en lo que queda de libro. No es uno de esos infames plot twist que tanto le gustan a la gente. No es que no se vea venir. Es simplemente alucinante. Y de ahí al final, la novela cambia el tono. Más seria, más terrorífica y con un final increíble.

Realmente lo que yoir. quería decir más allá de todo esto es que Sopa de miso es, en mi opinión, una revisión del Fausto. No entro en detalles pero evidentemente el demonio ahora quiere conocer Tokio, la nueva Roma, y allá va. Puede que sea por haber leído el mismo Fausto y El maestro y Margarita en estos últimos meses, que sí, vale, ahora veo a Fausto por todas partes, pero es un mix muy interesante de los dos textos. Kenji es la criatura a corromper, Frank es nuestro Mefistófeles y el barrio rojo de Tokio, con todas sus luces y sombras, un Moscú contemporáneo: definitivamente ateo, definitivamente perdido y un lugar perfecto para esconder el mal.

Ah, y, por supuesto: para mí, conexión más que evidente con el cine de Kiyoshi Kurosawa. Esto en casa me han dicho ¡PERO QUÉ DICES!, pero lo veo clarísimo, con esos estallidos repentinos de violencia, ese sentir que se acaba todo, esa representación del Mal. 

¡Ay, hicimos famoso al Murakami equivocado!

jueves, 26 de diciembre de 2024

El cielo de la selva - Elaine Vilar Madruga

Este libro me entró por los ojos por su feísima edición (perdón) que, sin comprender yo el porqué, tiene la cubierta más chabacana del mundo y además una tipografía rarísima alla Century Gothic y ESPERA QUE HAY MÁS un espacio entre párrafos absolutamente delirante. Una línea vacía, como si terminase un epígrafe. En fin, decisiones de estilo, desde luego la editorial Lava tiene carisma, aunque para las que somos de la escuelita "me compro la edición de Alianza que tiene el canto blanco y puro" sorprende absolutamente (disclaimer: esto es una impresión personal y además está escrito en tono de broma, no se me enfaden).

Esta es la historia de unas mujeres que viven en una hacienda en la selva y que para mantener su vida allí deben entregar en sacrificio a esta misma selva niños, para que los devore. No me digáis que no es una premisa ultrasugerente; y da lo que promete, porque en lo que a trama respecta tiene esta historia oscura, terrorífica y terrible de niños muertos, de madres que entregan a sus hijos y que por tanto no los reconocen como hijos, solo como la comida de la selva; de gente que tiene las manos manchadas de sangre y que con ello tiene que vivir. En El cielo de la selva cada capítulo está narrado por, o desde, un personaje, o varios, y poco a poco vamos conociendo toda una serie de historias devastadoras de feminidades diferentes, de mujeres de edades y formas de ser muy distintas. La madre, la puta, la carne. Y así. Comparte muchos elementos estéticos y sobre todo preocupaciones con el resto de autoras del nuevo boom de las damas oscuras de Latinoamérica (no me mola a mí mucho este título, pero bueno), como la violencia contra la mujer y la imposibilidad de habitar en las ciudades, destruidas por la guerra y el narco, pero tiene mucha personalidad, durante la lectura no encuentra una tantas similitudes, sobre todo en cuanto a estilo se  refiere. Digamos que el tropo "sectario", por llamarlo de alguna manera, lo separa mucho de otras obras y lo reviste de mucha personalidad. 

Vilar Madruga tiene un estilo muy estimulante, muy visual, hay aquí algunas descripciones que ponen los pelos de punta y que lo convierten desde luego en una novela de terror más terrorífica que muchas otras que yo he leído. Sobre todo es gracias a estas descripciones de la selva y su lengua y la selva que lame y la bruma que sobetea a la gente y la selva que amanece roja y a una leyendo le da la sensación de que de pronto alrededor se va a poner la cosa roja y alguien se la va a comer. Además de esto, tenemos capítulos escritos en segunda persona, capítulos corales, todos los personajes contando cada parte de su historia de una manera muy diferente entre sí. Las voces son diferentes, pero sobre todo varía la aproximación que se toma, más testimonial (a veces los que van en primera persona demasiado testimoniales, como si el personaje se estuviera confesando) o más lírica, con mayor o menor comprensión de lo que está pasando, con mayor pureza o mayor crueldad. Esto hace que la lectura, cuyo estilo más tirando hacia la densidad podría convertir en algo monótono (estas descripciones tan vívidas pierden parte de su sorpresa según avanzamos), sea dinámica, enganche a morir y continúe llena de intriga más tiempo.

No se aclara muy bien en qué momento pasan algunas cosas, si pasan de verdad o no, como si estuviéramos leyendo dentro del embrujo de la propia selva, y esta manera tan desdibujada, tan poco mimética de contar, le sienta como un guante. Es extraña, es onírica, es real maravillosa al más puro estilo Carpentier, y utiliza estupendamente esa divinidad monstruosa que hay en la selva o que es la selva, pero también, claro, la maldad profunda que puede haber en los seres humanos. Vuelvo otra vez al tropo de la secta, porque ciertamente me parece que tiene sentido verlo así: esta pequeña sociedad que solo sobrevive por la crueldad, por la fe en un dios que no debería tener adeptos, marcada por la culpa, por la locura y por el odio, pero también a veces por el amor.

Desde su árbol, Copita movió la mandíbula hacia arriba y hacia abajo, una vez y otra, muchas veces. Las muertas craquearon sus huesitos, los huesitos que les quedaban en el cuerpo. Una risa de mandíbulas secas, un nuevo tipo de risa sin carcajadas, porque las muertas, lo supiste entonces, se reían así, a hueso limpio.

No es una novela perfecta. A mi modo de ver, el clímax está algo diluido en un tercer acto que puede que sea algo más largo de lo que debiera, y como decía más arriba el trabajo estilístico no tiene, digamos, tanta garra para ser impresionante durante toda la lectura. Sin embargo me parece una obra muy atrevida, por su filiación al terror en una presentación mucho más física que los fantasmas que están tan de moda ahora mismo, y por su densidad formal, muy acorde con la atmósfera que retrata pero poco habitual. Yo me quedo con la autora como un muy interesante descubrimiento; trataré de pillar La tiranía de las moscas (¿os acordáis de Panza de burro? Ya, yo tampoco) y estaré atenta a lo que vaya sacando.

viernes, 20 de diciembre de 2024

La montaña mágica - Thomas Mann

Hola, buenas, qué tal, soy de la Escuela Manniaca, ¿está usted interesada en escuchar la palabra de Thomas Mann? Señora, no me cierre la puerta, por favor, espere.

Durante el mes de noviembre tuve la inmensa suerte, para desgracia de todas las personas que me rodean, de leer La montaña mágica por primera vez en mi vida. Me arranqué a causa de una lectura conjunta cuyas directrices me pasé después por el forro porque honestamente estaba demasiado enganchada. Amigos de la red, si queréis organizar la lectura conjunta de una novela de las características de este mamotreto simplemente NO pautéis cien ridículas páginas a la semana. Aquí hemos venido a trabajar. Si lees La montaña mágica te dedicas en cuerpo y alma a leer La montaña mágica y te obsesionas con ella y sueñas con ella y tienes conversaciones como esta:

—¡Madre mía, cómo pasa el tiempo, ya mismo tengo los exámenes!
—Curioso que menciones este tema, porque en La montaña mágica se habla de esto mismo...
*golpe seco*

En fin. Ya lo cogéis. Esta fantástica (coge aire) bildungsroman para acabar con todas las (coge aire) bildungsroman te agarra por el cuello de la camisa en la nota del autor con la que empieza para no soltarte hasta que llegas al FINIS OPERIS de, en el caso de la edición de Debolsillo, la página 1047. Con letrita minúscula y márgenes ídem, ¡1047 páginas! Por supuesto que es tan buena, tan hermosa, tan cargadísima de todas las reflexiones y de todas las emociones del mundo; por supuesto que es divertidísima, terrorífica y triste a la vez; por supuesto que los personajes son deliciosos e hipnotizan al lector como hipnotizan a Hans Castorp, ingeniero; por supuesto, por supuesto: por supuesto que La montaña mágica es una de las obras cumbres del siglo XX europeo. Sería la mejor si no existiera el Ulises, supongo. Pero aun existiendo el Ulises, es tan absolutamente formidable que casi se te olvida Joyce.  

La contaremos [esta historia] en detalle, exacta y minuciosamente, pues ¿cuándo ha dependido lo amena o larga que se nos hiciera una historia del tiempo que requiere contarla? Al contrario, sin temor al reproche de haber sido meticulosos en exceso, nos inclinamos a pensar que sólo es verdaderamente ameno lo que ha sido narrado con absoluta meticulosidad.

La montaña mágica es un juego con el tiempo narrativo y el tiempo real, ambos relativos, ambos moldeables a placer: a veces en un párrafo han pasado dos meses, a veces un capítulo de cien páginas narra el paso de un año. A veces nos detenemos durante cincuenta páginas en una enfermiza batalla dialéctica entre Naphta y Settembrini en la que cada uno defiende con desprecio algo durante unas líneas para de pronto defender lo contrario en las siguientes, o al menos eso podríamos jurar. El tiempo pasa, el narrador se dirige a nosotros, nos manipula, nos moldea, y lo mismo hace el aire de la montaña con Hans Castorp, quien se encuentra en una suerte de limbo, fuera de la vida, lejos de la ciudad, lejos de Europa y de la sombra de la guerra, en una especie de stand by eterno de descanso y ocio. Despreocupado, bajo el ala de Settembrini y de su primo, comienza su aprendizaje humanista, humano y romántico, y se convierte poco a poco en uno de los personajes más entrañables que una ha leído. Guardaré siempre en mi corazón a este muchachillo un poco bobo y alocado al que le cuelan cualquier patraña y que siempre tiene que decir algo, en toda ocasión, incluso cuando estaría mejor callado. 

Dejamos caer el telón por penúltima vez. No obstante, mientras baja con suave rumor, acompañamos mentalmente a Hans Castorp, que ahora se ha quedado solo en su alta montaña, e imaginamos la escena en un húmedo cementerio del mundo de allá abajo, de allá lejos, donde, por un instante, se enciende y vuelve a apagarse el resplandor de una espada, se escuchan voces de mano y tres salvas, tres románticas salvas de honor retumban sobre el sepulcro, abrazado por la maleza, de...

¡Y qué bellísima escritura! El capítulo "Nieve" tiene una de las más bellas descripciones del invierno que pueden leerse, pero es solo un ejemplo de todo el despliegue estilístico de la novela, en la que Mann, además de jugar con la estructura, juega con una miríada de escenas hermosísimas (como la de la cita anterior), contadas con tanto gusto como buen hacer. Algunos de estos elementos en los que no me voy a detener pero que me gustaría mencionar brevemente: la figura de madame Chauchat, su regalo a Hans Castorp y, en realidad, esa noche de Carnaval en la que todo se subvierte y todo es mágico y posible por unas horas; toda la relación con Mynheer Peeperkorn; las escenas oníricas, tanto la del lápiz como la escena mitológica-pastoril hacia el final de la novela; las visitas a los enfermos; los recuerdos de infancia... Tantas y tantas secuencias que aumentan esta densidad que al principio se hace aterradora y sin embargo durante la lectura se convierte en tan apetitosa, tan divertida y tierna de leer. 

No mentiré, al principio La montaña mágica me resultó difícil. Especialmente cuando me estaba ciñendo a las cien (más o menos) páginas semanales, no encontraba el punto. Sentía que Mann no me estaba dando nada a cambio de mi esfuerzo, no en el sentido de no disfrutar de la novela, sino de no tener alicientes estimulantes a la atención. Si estás lo suficientemente atenta al Ulises, de pronto entenderás que están hablando de sexo. Si estás lo suficientemente atenta a Pynchon, de pronto... bueno, vaya por dios, entenderás que están hablando de sexo. Pero aquí (que también se habla bastante de sexo, y de sexualidad) todo está formalmente menos escondido, los temas mucho más trascendentales, más expuestos. El tiempo, por supuesto, como algo transformador, pero también el espacio, la relatividad, la enfermedad, la humanidad, el arte; el mundo contenido en un sanatorio de la montaña alemana. Y sin embargo, hay un algo más sutil; más serio, tal vez, aunque también sea muy divertido, tiene un cierto tono paródico. No sabría definirlo pero el caso es que ahí está esa dificultad, que se desvaneció cuando retomé mi ritmo.

En fin. Aquí estamos en 2024 recomendando La montaña mágica. Es una de esas novelas que te hace pensar que no hace falta que se siga escribiendo, una de esas que apetece releer cada año para exprimir al máximo todo lo que ofrece. Grandísima obra, de verdad, emocionante a más no poder. Y me dejo muchas cosas (un día os hablo de por qué creo que es una novela de terror), pero esto ya es lo suficientemente largo teniendo en cuenta que nadie lo va a leer. 

¡Ahora quiero leer Los Buddenbrook!

martes, 17 de diciembre de 2024

Iluminada - Mary Karr

(Lit, 2009. Traducción de Regina López Muñoz)

Hace chorrocientos mil años y medio leí El club de los mentirosos, primer tomo de las memorias de Mary Karr coeditadas aquí en España por Errata naturae y Periférica, y me gustó la delirante e increíble narración de la infancia de la autora que me compré el segundo en un plis. Y hasta hace cosa de un par de semanas, fíjate tú qué cosa, no lo he leído. Un viaje en tren largo, quinientas páginas y mucho escepticismo. En Iluminada, saltamos a la época universitaria de Mary, básicamente una pueblerina de Texas que de pronto debe enfrentarse al mundo académico y laboral más elitista. Y de ahí en adelante, sus inicios como poeta, su matrimonio, su vida adulta y, como centro neurálgico de la obra, su adicción al alcohol y cómo esto afecta a todo lo demás.

Es curioso, nunca leo memorias, y sin embargo leí de seguido El secreto de la fuerza sobrehumana (una mujer hablando desde el humor de sus problemas de adicción) e Iluminada (una mujer hablando desde el humor de sus problemas de adicción). Son dos aproximaciones muy similares en temática pero que difieren completamente en forma así que no se me hizo repetitivo, pero desde luego es CURIOSO. No he encontrado en ninguna de las dos lo que sería el "ick" que me echaría para atrás de los libros de no ficción, el name dropping que le llaman en inglés, el constante recital de nombres de otros famosos para que el lector vea lo muy conectado que está el autor. Aquí Karr podría pecar de ello, porque mira si conoce a gente (¡no os digo quién fue su exnovio!), pero apenas hay apellidos y, aunque a veces se pueden establecer conexiones (se habla de una poeta, Louise, que es fácil de rastrear tras su Nobel), ella deja la exactitud para la sección de agradecimientos.

Bien, dicho esto, sigamos. Si en el de Bechdel las adicciones se manifestaban de varias maneras, sobre todo hablando de una personalidad obsesiva, aquí el tema central de la obra es el alcoholismo, bueno, los efectos de este sobre el día a día. En Iluminada, el alcohol está casi en cada página, en presencia y en ausencia, y se genera en ese sentido una vida muy dura, claro, con muchas escenas que parecen increíbles, como ocurría en El club de los mentirosos. Esta tía te dice casualmente que su madre la apuntó con una pistola cargada en un episodio. Pero además tiene un importantísimo componente temático sobre clase que es casi tan marcado como la adicción en sí. Mary necesita dinero, e incluso cuando se casa, digamos, "fuera de su clase", con un hombre riquísimo, continúan con el agua al cuello. Mary tiene que currar día y noche, y siempre tiene esa sensación de que hay una franja que la separa de los ricos e incluso de las personas acomodadas. La verdad es que he disfrutado de igual manera de sus reflexiones sobre la adicción, el placer que le produce el alcohol, la rehabilitación, etc, como de esas más intrínsecas al elitismo, las clases económicas, el lujo. 

Si bien esta temática no tendría por qué dar una obra excesivamente agradable (la gente con vidas cuquis no escribe memorias, ¿qué van a contar?), el principal componente estilístico del libro es que es una de las cosas más hilarantes que te puedes echar a la cara. No es divertida, es descacharrante. Mary (personaje) es una bruta, una chabacana que dice palabrotas, una borrachina que se queda sopa en bares; y Karr no se queda atrás y todo lo pone en el libro, sin dejar ningún escatológico rincón sin explorar de una manera agudísima y absurdamente divertida. Yo me carcajeé en el AVLO varias veces. Este humor constante viene acompañado de un excelente pulso narrativo, estas memorias se leen como una novela, y de toda una serie de pasajes sorprendentemente bellos que dejan entrever a la Karr poeta, a la Karr que domina el lenguaje y puede tener toques de un lirismo estilizado y brutal. También esta acompañado por pasajes más tristes, pero hay un grandísimo dominio del equilibrio entre comedia y tragedia. 

Warren se inclina sobre mí y veo que su cara también está húmeda, y sus ojos oceánicos me miran con asombrosa atención, y en ese intervalo en que cojo por primera vez a nuestro hijo, todo fajado, nos siento cosidos en el interior de un tapiz glorioso, respirando el mismo aire antiséptico, fresco como el de los pinos -nos circunscribe una extraña atmósfera-, la familia que tanto he añorado, el punto final al desarraigo perenne del que he huido como de la peste. Tanto Warren como yo nos dirigimos a Dev mediante gugus, besos y chasquidos.

Y luego, después de todo esto que os cuento, está el girito de guion de ¿por qué Iluminada se llama Iluminada? ¡Pues porque se trata en realidad de la historia de la conversión de Mary Karr al catolicismo! Disfruté mucho de toda la lectura, pero la parte que habla de la rehabilitación y su correspondiente encuentro con la divinidad me resultó muy hermosa y reveladora. Continúa con el tono jocoso, pero tiene este componente tan espiritual que implica la conversión de un escéptico. No soy creyente pero siempre disfruto con este tipo de textos (pienso en El Reino de Carrère). Tampoco soy alcohólica ni adicta, pero disfruto enormemente con estas obras en las que una persona de verdad consigue que la adicción no sea el hilo conductor de su vida (¡sobre todo cuando la cosa marcha bien!). Y en este sentido la parte final es muy luminosa, muy tranquilizadora, así que puedo dormir tranquila.

En suma, una gran lectura, ante la que iba escéptica: bien sé que la yo actual y la yo de hace seis u ocho años, no conectamos demasiado en gustos, pero siempre es un placer descubrir voces narrativas actuales con las que conectas. ¡Para que luego digan que solo me gustan los autores muertos! Ya tengo, por cierto, La flor, cuya lectura espero no dilatar tanto en el tiempo.