lunes, 9 de septiembre de 2024

El elogio de la sombra - Junichirō Tanizaki

Breve brevísimo apunte sobre esto porque dentro de la lista de cosas que NO soy están muy arriba las siguientes: filósofa y derivados, experta en arte y cultura japoneses, esteta. Y sin embargo otro ítem de dicha lista sería mentirosa y estaría bueno que dos días más tarde de crear este blog y decir "voy a hablar de todas mis lecturas" me saltase una porque no tengo gran cosa que decir. Pues no haberlo leído, diréis. Exacto.

Nota previa: mi ejemplar dice ser la 40ª edición. O en Siruela no saben lo que significa la palabra edición o este libro se ha revisado cuarenta veces sin que nadie pillase la errata garrafal de "xproblema" en la página ¡17!

En este breve (otra razón para no hacer un texto largo) ensayo Tanizaki habla de cómo la sombra es clave para comprender el arte y en general todas las creaciones japonesas, desde las casas hasta la comida. Frente a la estética occidental, en la que se busca la luz, el brillo, pero también lo grande y lo nuevo, en la estética japonesa se realza lo oscuro, lo recogidito, lo antiguo y por ende algo herrumbroso. 

A nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apenas un último resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más bien esa penumbra, vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás.

Esta parte está bien y realmente no da para mucho más en el sentido de comprenderla, es muy interesante reflexionar sobre ello de cara a comprender el arte japonés y, en general, de la Asia más lejana, que muchas veces resulta desconcertante para el ojo occidental por lo diferente. Ya solo por esto, la lectura merece la pena, porque Tanizaki lo plantea en unos términos muy sencillos y claros, echando mano de muchos ejemplos (es formidable el fragmento en que habla de los inodoros japoneses, yo ahora quiero ir a Japón a hacer pis) y con un tono muy afable y cuidado.

Tiene el libro otro par de cosillas que me resultaron mucho más curiosas porque nunca había oído de ellas (¡y mira que es famoso!). La primera de estas premisas que defiende Tanizaki es que el desarrollo científico está bien pero tiene unos componentes tan marcadamente occidentales que (hablando mal y rápido) habría estado bien que no hubiese llegado a Asia y que allí por su cuenta hubiesen llegado, tardasen lo que tardasen, a los descubrimientos. Así, la ciencia iría en consonancia con la idiosincrasia, costumbres y demás de estas naciones. Lo expresa de una manera curiosísima, pero de nuevo todos los ejemplos que aporta dan fe de que, efectivamente, un pueblo llega a sus descubrimientos cuando así lo necesita y que cuando algo se desarrolla de manera interna es mucho más orgánico. Porque mi contacto con la cultura japonesa viene de mano casi exclusiva del cine, me gustó lo que dice de este arte:

[Nuestro cine] difiere del americano tanto como del francés o del alemán, por los juegos de sombras, por el valor de los contrastes. Así pues, independientemente incluso de la escenografía o de los temas tratados, la originalidad del genio nacional se revela ya en la fotografía. Ahora bien, utilizamos los mismos aparatos, los mismos reveladores químicos, las mismas películas; suponiendo que hubiéramos elaborado una técnica fotográfica totalmente nuestra podríamos preguntarnos si no se habría adaptado mejor a nuestro color de piel, a nuestro aspecto, a nuestro clima, a nuestras costumbres.

Obviamente el texto es de 1933 y ahora la maravillosa ola democratizadora de la globalización ha hecho que todos los cines, todas las literaturas y todas las músicas puedan ser exactamente iguales entre sí, si eso se proponen. Y esto nos lleva a la otra premisa: Tanizaki, se posiciona muy en contra de determinados aspectos del progreso y, sobre todo, ¡de la luz eléctrica! La última parte del ensayo es un simpatiquísimo alegato en contra de las farolas y lámparas intensas, siempre conectado con el tema de la sombra y las penumbras, imposibles de atisbar en esta sociedad hiperiluminada, desde la voz de un viejo refunfuñón que reconoce que los viejos solo saben pensar en un pasado mejor. Solo puedo decir: RIP Tanizaki, te habrían encantado las carreteras asturianas.

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