Esta es la historia de unas mujeres que viven en una hacienda en la selva y que para mantener su vida allí deben entregar en sacrificio a esta misma selva niños, para que los devore. No me digáis que no es una premisa ultrasugerente; y da lo que promete, porque en lo que a trama respecta tiene esta historia oscura, terrorífica y terrible de niños muertos, de madres que entregan a sus hijos y que por tanto no los reconocen como hijos, solo como la comida de la selva; de gente que tiene las manos manchadas de sangre y que con ello tiene que vivir. En El cielo de la selva cada capítulo está narrado por, o desde, un personaje, o varios, y poco a poco vamos conociendo toda una serie de historias devastadoras de feminidades diferentes, de mujeres de edades y formas de ser muy distintas. La madre, la puta, la carne. Y así. Comparte muchos elementos estéticos y sobre todo preocupaciones con el resto de autoras del nuevo boom de las damas oscuras de Latinoamérica (no me mola a mí mucho este título, pero bueno), como la violencia contra la mujer y la imposibilidad de habitar en las ciudades, destruidas por la guerra y el narco, pero tiene mucha personalidad, durante la lectura no encuentra una tantas similitudes, sobre todo en cuanto a estilo se refiere. Digamos que el tropo "sectario", por llamarlo de alguna manera, lo separa mucho de otras obras y lo reviste de mucha personalidad.
Vilar Madruga tiene un estilo muy estimulante, muy visual, hay aquí algunas descripciones que ponen los pelos de punta y que lo convierten desde luego en una novela de terror más terrorífica que muchas otras que yo he leído. Sobre todo es gracias a estas descripciones de la selva y su lengua y la selva que lame y la bruma que sobetea a la gente y la selva que amanece roja y a una leyendo le da la sensación de que de pronto alrededor se va a poner la cosa roja y alguien se la va a comer. Además de esto, tenemos capítulos escritos en segunda persona, capítulos corales, todos los personajes contando cada parte de su historia de una manera muy diferente entre sí. Las voces son diferentes, pero sobre todo varía la aproximación que se toma, más testimonial (a veces los que van en primera persona demasiado testimoniales, como si el personaje se estuviera confesando) o más lírica, con mayor o menor comprensión de lo que está pasando, con mayor pureza o mayor crueldad. Esto hace que la lectura, cuyo estilo más tirando hacia la densidad podría convertir en algo monótono (estas descripciones tan vívidas pierden parte de su sorpresa según avanzamos), sea dinámica, enganche a morir y continúe llena de intriga más tiempo.
No se aclara muy bien en qué momento pasan algunas cosas, si pasan de verdad o no, como si estuviéramos leyendo dentro del embrujo de la propia selva, y esta manera tan desdibujada, tan poco mimética de contar, le sienta como un guante. Es extraña, es onírica, es real maravillosa al más puro estilo Carpentier, y utiliza estupendamente esa divinidad monstruosa que hay en la selva o que es la selva, pero también, claro, la maldad profunda que puede haber en los seres humanos. Vuelvo otra vez al tropo de la secta, porque ciertamente me parece que tiene sentido verlo así: esta pequeña sociedad que solo sobrevive por la crueldad, por la fe en un dios que no debería tener adeptos, marcada por la culpa, por la locura y por el odio, pero también a veces por el amor.
Desde su árbol, Copita movió la mandíbula hacia arriba y hacia abajo, una vez y otra, muchas veces. Las muertas craquearon sus huesitos, los huesitos que les quedaban en el cuerpo. Una risa de mandíbulas secas, un nuevo tipo de risa sin carcajadas, porque las muertas, lo supiste entonces, se reían así, a hueso limpio.
No es una novela perfecta. A mi modo de ver, el clímax está algo diluido en un tercer acto que puede que sea algo más largo de lo que debiera, y como decía más arriba el trabajo estilístico no tiene, digamos, tanta garra para ser impresionante durante toda la lectura. Sin embargo me parece una obra muy atrevida, por su filiación al terror en una presentación mucho más física que los fantasmas que están tan de moda ahora mismo, y por su densidad formal, muy acorde con la atmósfera que retrata pero poco habitual. Yo me quedo con la autora como un muy interesante descubrimiento; trataré de pillar La tiranía de las moscas (¿os acordáis de Panza de burro? Ya, yo tampoco) y estaré atenta a lo que vaya sacando.